Hay sangre en mi cabeza, la cual pesa una tonelada, todos mis anillos sobre la mesa, la ropa desparramada por el mugriento piso de esta caja de zapatos, que no podría ser llamada hogar.
Hoy decidí quedarme a descansar un poco en la oscuridad, de todas las personas y sus reflectores, sus cerebros como maquinas tratando de seguir un orden generan chispazos en sus orejas, dejando en sus ojos una luz penetrante que te iluminan hasta enceguecerte, hasta hacer que mires a otro lado al menos claro que uses tu cabeza como una maquina de martillar hasta dejar tus ojos de la misma manera.
Si se presta atención en la luz blanquecina se puede ver un río de imágenes confusas, una secuencia de detalles que de a poco empiezan golpearte hasta dejarte amoldado a su conversación.
Mis ojos arden después de tanta exposición, me duele el cuerpo y mi presencia se siente atravesada por agujas invisibles que se retuercen en mi carne, todos los males sembrados después del asecho de todos los rios derramados, dejando como un jardín floreciente, mis paranoias.
Cuando sale el sol tomo mis recursos del humor para volver a respirar, entonces estoy entre esos que están en la calle tomando esto como una gran parodia, considero que es mejor vivir pensando que estoy rodeando de fantasmas desconocidos.
En la calle siempre estas rodeado de personas que nunca viste en tu vida y muy probablemente jamás vuelvas a ver, esto puede aterrarte, pero cuando descubrís que esas personas solo quieren cosas, vuelves a tranquilizarte dejando de lado tu necesidad de comunicación. Yo prefiero las palabras muertas por lo menos esta noche.
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